Kirguistán: tras las huellas de Alejandro Magno (Parte 1)
Sacando tiempo de donde no lo hay, no me he podido resistir a la tentación que me han puesto en bandeja mis amigos de The Fun Plan. Comenzando por el final, me he decidido a hablaros de mi último viaje, una aventura que nació en Galicia y que me ha llevado en el pasado mes de agosto de 2013 a conocer uno de los países situados en la antigua ruta de la Seda, la puerta de oriente: Kirguistán.
Siempre buscando un lugar donde la cultura se mezcle con las altas cordilleras, el pasado mes de marzo ideé un nuevo y ambicioso proyecto alpinístico: conseguir hoyar las 5 cumbres más altas de la antigua URSS. Un proyecto que antiguamente se concedía a los más fuertes alpinistas rusos y que hoy día sigue siendo un ejemplo de aventura, coraje y lucha. Estas cinco montañas se encuentran situadas a caballo entre las cordilleras del Pamir y del Tien Shan, en las repúblicas de Tayikistán y Kirguistán, en la zona fronteriza con Pakistán y China. Como podéis ver, un lugar un tanto alejado de los circuitos convencionales.
¿Por qué un proyecto así? La idea de ir al Himalaya no me atraía, por la simple razón de escapar de las masificaciones de las expediciones comerciales. Aunque parezca mentira, el alpinismo se ha puesto de moda. Intentaría visitar las 5 montañas en el período comprendido entre el año 2013 y el 2015, comenzando por el Pico Lenin, una montaña de 7.134 metros de altura.
Además de todo lo anterior, lo atractivo del país, una cultura diferente, entre la mongola, la otomana y la rusa, la lejanía, lo desconocido, y sobre todo, el planteamiento del viaje: en solitario, sin porteadores, sherpas, compañeros ni apoyos exteriores, hacían que el viaje mereciera mucho la pena.
¿Habrían sido capaces los soldados de Alejandro Magno de internarse en estas cordilleras hace tantos cientos de años? Me parecía imposible.
Desde A Coruña tomé un avión en dirección Bishkek (capital de Kirguistán) vía Kiev. Tuve que hacer noche en la capital de Ucrania (como siempre, complicaciones con nuestros amigos de las líneas aéreas) y, como no hay mal que por bien no venga, aproveché para visitar una ciudad que me sorprendió gratamente. Un centro histórico muy bien cuidado, bellos edificios de principios de siglo, amplias avenidas, pulcras y ordenadas y un conglomerado de templos y centros religiosos que caracterizan a Kiev como la capital de la Ortodoxia, y la convierten en un destino especialmente interesante.
Después de varias horas de vuelo, llegué a Bishkek sin tiempo para nada (aprovecharía para visitar la ciudad al regreso de mi viaje) y tomé un vuelo interno a la ciudad de Osh, al sur del país, cerca de las montañas. Curiosamente los traslados fueron de lo peor que he vivido en el viaje. Docenas de veces he dicho esto: a veces es peor el transporte terrestre que la propia expedición en sí.
Kirguistán es un país pobre, que vive de la agricultura y de la ganadería, un país de subsistencia donde los rusos siguen controlando prácticamente todos los estamentos de la sociedad y de la empresa. Tuve oportunidad de ver el país, el sur por lo menos, en las más de 7 horas que duró el trayecto en camioneta desde Osh al campo base del Pico Lenin. Al principio, la carretera asfaltada, se hizo bastante llevadera, el problema vino cuando nos salimos de ésta y comenzamos el traqueteo infernal por pistas de tierra, caminos, sendas, vadeamos ríos, cruzamos troncos, etc. Nada comparado con la vuelta, cuando las lluvias torrenciales nos obligaron a empujar el vehículo… esto sí sería estresante… pero el viaje aún estaba comenzando.
Como os decía, el proyecto consistía en realizar toda la ascensión en solitario, sin la ayuda de sherpas ni porteadores, eso sí, desde España contraté los servicios de transporte y alojamiento en Campo Base. Esto es imprescindible por una razón. La ubicación del Campo Base, en la zona fronteriza con China, hace imprescindible el cubrir y gestionar una serie de permisos que sólo se conceden a las agencias locales. Mi paquete de viaje incluía estas gestiones, el transporte en camioneta y alojamiento y manutención en “cómodas” tiendas de campaña.
Os preguntaréis infinidad de cosas sobre la vida de un alpinista en la montaña. Es como cualquier otra, por lo menos para mí. Madrugar, trabajar, dormir, comer y cansarse lo menos posible.
El Campo Base, situado en una antigua morrena glaciar, sin nieve, es muy cómodo. Le llaman “el calvero de Edelweiss” por la cantidad de estas flores que tapizan el verde suelo. Desde ahí ya podemos ver la cumbre, 4000 metros más arriba, allá a lo lejos. Desde el Campo Base me quedan muchos días todavía para llegar a la cumbre.
El viaje lo he dividido en dos. Como todos en los que se suben altas montañas, la primera parte del viaje consiste en aclimatar (adaptar el cuerpo a la altura) y subir poco a poco el material. Lo más importante es adaptarse bien, sin cansarse, conseguir que el cuerpo se adapte a la falta de oxígeno y rinda en altura.
Al día siguiente de llegar realicé una pequeña ruta hasta los 4200 metros de altura, algo más de 3 horas hasta un gran collado desde el que ya divisé por fin el asombroso glaciar del Lenin, una lengua de hielo de kilómetros de longitud que se abría paso con fuerza sobre el valle. Al día siguiente me esperaba lo más duro. Subí con la mochila cargada hasta los topes (27 kilos) hasta el Campamento 1, donde ya comienzan las dificultades y se inicia la parte más técnica de la ruta; saco de pluma, ropa, piolets, cuerda, crampones, tienda de campaña, comida, etc… todo ello sin repartir con nadie, todo a la espalda. Durante todo el día, bajo el sol, pensé que mis hombros no aguantarían. Llegué al campamento 1 enormemente cansado, rezando por un día de descanso a la mañana siguiente.
Quedaba aún la mayor parte del viaje y ya había vuelto a conocer lo que había sentido en otras expediciones, el peso de la mochila, las sensaciones de soledad, la falta de dialogo con el compañero… y veía el glaciar, enorme, moviéndose, crujiendo allá enfrente. Tendría que pasar por esas enormes grietas, solo, de noche, a más de 5000 metros de altura y con la certeza de que era el único obstáculo que me separaba de mi sueño… (Continuará…).