Kirguistán: tras las huellas de Alejandro Magno (Parte 2)

Y lo crucé, vaya si lo crucé. Salí de la tienda de campaña del Campo I a las 4:20 de la mañana. Los primeros rayos de sol me sorprendieron antes de la primera parte técnica de la ruta: una zona de grietas y seracs de unos 100 metros de altura, donde algunas expediciones habían instalado una escalera metálica que favorecía el paso por encima de grietas profundas. La mochila me pesaba, aún así me encontraba ligero.

Superé las dificultades en menos de dos horas, y comencé a remontar el pesado glaciar superior del Lenin, poco a poco, paso a paso, el aliento constantemente acelerado. Mi propia respiración y el viento era lo único que escuchaba. Abajo, mucho más abajo, algunas expediciones salían de Campo I en dirección al II, mi destino. No me alcanzaban.

Fui adquiriendo altura a medida que avanzaba, a un ritmo lento pero constante. Al alcanzar la altura de 5000 metros me situé debajo de la gran pala de nieve que, en el año 1993 sepultó a docenas de alpinistas que, ajenos a todo riesgo, dormían en el antiguo Campo II. Hoy en día la situación de este campamento de altura ha cambiado y esta estratégicamente situado a las faldas de un peñón rocoso.

Llegué al Campo II tras cinco horas de sufrimiento, contento, pero cansado. Mis pulsaciones y ritmo eran buenos. Decidí montar la tienda y descansar toda la tarde junto con un grupo de franceses.

El paso del tiempo se hace mejor en compañía. Salvo los comentarios de los franceses que, al ir en grupo, pasaban bastante de mí (hay que decir que tampoco hice mucho por integrarme), la vida en campo II es monótona: se bebe, se duerme, se cocina, se intenta descansar. Así pasa el tiempo, mientras llega la noche. A las 5 de tarde ya estaba durmiendo, pensando en mi paseo de aclimatación al día siguiente, hasta Campo III en la cumbre del Razdelnaya a 6200 metros de altura.

El viento de esa noche fue horrible. Apenas pude dormir nada después de las 9. La incomodidad del ruido, la altura y el frío acabaron por desvelarme y evitar que entrara en un deseado estado de vigilia. Por la mañana me encontraba cansado, aunque la noticia más trágica se dio, cuando me avisaron de que uno de los franceses había desaparecido. Lo encontramos poco después, con las primeras horas del día, enterrado en una grieta: suena grotesco, pero así fue, falleció mientras buscaba un lugar tranquilo para el aseo. Cualquier cosa, aunque parezca intrascendente, puede volverse vital a esa altura.

Con el ánimo no muy alto, después de las malas noticias, ascendí (sin peso esta vez) hasta Campo III. Tardé tan sólo 2 horas y media. Estaba realmente bien físicamente, aunque debía guardar energías para el ataque definitivo a cumbre.

Las vistas desde Razdelnaya, con toda la extensión de la cordillera del Tian Shan y del Pamir a mis pies, es uno de los recuerdos más bonitos que tengo de la expedición. En campo III las tiendas, semienterradas por la nieve, y las caras cansadas de los alpinistas que habían regresado de un fallido intento a la cumbre, contrarrestaban el fabuloso paisaje de las cumbres blancas del Pico Comunismo, Khan Tengri y Pobeda.

La cumbre del Lenin se veía tan cerca, a sólo 800 metros, tan asequible, me encontraba tan bien… Pero es necesario ser prudente, la aclimatación aún no era buena, sería necesario adaptar mejor el cuerpo a la altura. Por ese motivo y siguiendo mi estrategia inicial decidí descender a Campo Base al día siguiente y pasar dos días descansando y comiendo, con la intención de atacar la cumbre el día 13 o 14 de agosto.

Malas noticias llegaban de España: se preveía un súbito cambio de tiempo en los próximos días que podría afectar al éxito de mi expedición en solitario. ¿Me arriesgaba a permanecer en altura y arriesgarme con la aclimatación? ¿Descendía a Campo Base y continuaba con el plan previsto? Siendo prudente, la mejor opción era la segunda, así que decidí volar a Campo Base y tomarme esos merecidos días de asueto.

Aún no había probado la verdadera cara del Pico Lenin: vientos de 85 kilómetros por hora que me rompieron la tienda, nieve y más nieve en la que me enterraría hasta la cintura, desaparecidos en el camino a la cumbre… aunque esto no lo sabría hasta dentro de unos días… (continuará).

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